Has dejado atrás enero, su cuesta y los propósitos por cumplir. Puede ser un día cualquiera o un día singular. Un cumpleaños, un curso que comienza. La antesala de que todo vuelve a empezar. Te planteas qué hacer. Pones al fuego la cafetera italiana (que, para tu felicidad, sobrevive desde 1933), vas sacando tu taza preferida y, mientras esperas para escuchar su silbido y saborear su olor, eliges cómo y cuándo tomarte el café; eliges decidir.
Saber parar
Perder rumbo
Quizá, si eliges quedarte en el ahora, si eliges parar, regalarte ese momento de placer y descanso, es muy probable que tu mente se oxigene, dejando espacio para nuevos estímulos o ideas más creativas; para reconocer con mayor claridad y optimismo lo que es importante. ¿Cuántas veces te ha ocurrido que, en medio de un momento de estrés, multitarea y automatismo, dejas de identificar lo que de verdad te motiva, desaparece tu creatividad y te sientes desbordado, pero irónicamente vacío?
Descorchar un año nuevo, estrenar curso en septiembre o dar una vuelta al sol en tu cumpleaños son nuestros marcadores simbólicos. Momentos que nos regalamos (o forzamos o nos fuerzan a tenerlos) para reflexionar sobre lo importante o sobre lo que queremos dejar atrás.
Estos paréntesis introspectivos nos ayudan a sentir que podemos conseguir nuestros objetivos y aliviar la disonancia cognitiva entre lo que queremos, lo que realmente hacemos y lo que de verdad nos gustaría mejorar. Pero, no dejan de ser pequeños puntos en el enorme mapa de, muchas veces, rutinas implacables en las que el tiempo corre vertiginoso y nos atropella. Entonces, ¿cómo y por qué saber parar?
Contra los días invisibles
Una vida está repleta de (aparentes) días invisibles. Dormir, levantarte, hacer café y desayunar, caminar o coger el transporte público hasta el trabajo, comer, ir al gimnasio, recoger a los niños del colegio, estudiar, hacer las tareas del hogar…
Ante tanta prisa, cada vez hay más ganas de desacelerar el modo de vida. En 2022, Ipsos entrevistó a personas en todo el mundo y el 73 % de ellas deseaba poder ralentizar su ritmo. Es la consecuencia de una sociedad hiperveloz e hiperconectada, en la que el anclaje de la tecnología y la necesidad de inmediatez en cualquier ámbito ha modificado nuestras interacciones y expectativas.
En plena era digital, en la que como sentencia Samuel Beckett en Esperando a Godot, “el ruido es permanente, pero la costumbre ensordece”, luchamos por estar presentes en esa ola y, a la vez, aislarnos de ella. Según el historiador francés Alain Corbain, “hoy es difícil que se guarde silencio y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua”.
73 % de las personas entrevistadas quería desacelerar su ritmo de vida
Fuente: A new world disorder? Navigating a Polycrisis, Ipsos (2023).
Cultivar la calma
En los últimos años, se ha evidenciado el interés por apagar (un poco) lo digital y encender las actividades manuales. Este retorno a lo tradicional, a los orígenes, tiene que ver con la fatiga digital y, también, con la percepción de la incertidumbre, ahora más visible.
Así, elegimos encadenarnos voluntaria y gustosamente a un espacio de tiempo que nos coloca en el ahora, que requiere toda nuestra atención enfocada a una sola tarea. Escogemos huir del “tecnoestrés” y convertirlo en un hábito periódico que cotiza al alza.
En todas estas tendencias se persigue ganar un tiempo que no se escape de las manos. Se busca conectar con la calma, vivir despacio para reconectar. Se busca reducir la ansiedad, aumentar la concentración, experimentar y sacudir la creatividad.
“Las actividades que parecen absolutamente gratuitas e inesenciales son, precisamente, las más esenciales para el género humano”
Italo Calvino
“Para ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre, abarca el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora”
William Blake
Resignificar lo cotidiano
Esta exploración de formas de parar impregna también las expresiones sociales y culturales actuales. Literatura que anima a levantar la cabeza para descubrir, o para aumentar la capacidad de observación; o cine para destacar el valor de lo que vivimos en el día a día.
Junto con la literatura y el cine, observamos también este interés por lo cotidiano en el caso de fotógrafos como Jesús León, quien captura lo que ocurre en la calles de las ciudades (‘Fotografía urbana. Cómo fotografiar la vida en la ciudad’). Entornos urbanos, dinámicos, que nunca duermen, pero que cada vez más se cuestionan el concepto de “habitabilidad” en favor de las personas y su calidad de vida.
De hecho, propuestas como la “ciudad de los 15 minutos” ganan terreno en un intento de convertir las ciudades en lugares más asequibles, donde la rutina no acabe
convirtiéndose en esa sucesión automática y prácticamente inconsciente de tareas y desplazamientos. Ciudades que fomenten la vida comunitaria y cuenten con áreas verdes accesibles para todas las personas. Este no es un detalle menor, ya que una caminata de una hora en la naturaleza reduce la actividad en las regiones del cerebro involucradas en el procesamiento del estrés. Es decir, cada vez pensamos más en lugares que faciliten volver a los básicos, frecuentar la naturaleza, contemplarla y vivirla como receta para mejorar la salud mental y física.
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La mitad de la población mundial vive actualmente en ciudades
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En 2050, la población urbana aumentará a un 68 %, aproximadamente
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Los problemas de salud mental son hasta un 56 % más comunes en entornos urbanos
Fuente: Sudimac, S., Sale, V. & Kühn, S. Cómo nutre la naturaleza: la actividad de la amígdala disminuye como resultado de una caminata de una hora en la naturaleza. Mol Psiquiatría 27 , 4446–4452 (2022).
Saber
Si bajamos de la ciencia a la vida terrenal, cada vez es más habitual encontrar restaurantes donde debes dejar el móvil en una caja para poder entrar o incluso hoteles sin wifi. Proliferan las aplicaciones de meditación, centros de yoga, talleres de joyería artesanal, de cerámica o de caligrafía. Queremos cambiar nuestros hábitos ante el ritmo de vida abrumador.
Cualquiera de estas actividades (incluyendo el “detox digital”) involucra un enfoque en la conexión con nosotros mismos que impulsa el desarrollo de la paciencia, la creatividad, la resolución de problemas y, en consecuencia, implica una mejora emocional. La atención plena nos enseña a estar más presentes, ser conscientes de nuestros pensamientos y sentimientos. La práctica de la respiración y relajación —que proporcionan la meditación o el yoga— calma la mente y el cuerpo, lo que permite un paréntesis para pensar de forma más profunda antes de tomar decisiones.
Todo parece indicar que, si somos capaces de levantar la vista y acercar la mirada, lo que antes eran momentos cotidianos invisibles pueden mutar a un espacio de presencia plena. Para aprender a parar, y hacerlo. Para relativizar, tener conciencia sobre las prioridades y decidir qué es lo verdaderamente importante. Para que lo que pienses, digas y hagas esté en armonía.