Pasear sin destino fijo

La utilidad de lo inútil

¿Será bueno empezar con una recomendación de la OMS? Allá vamos: para mejorar la salud, la población adulta tiene que realizar una “actividad física aeróbica moderada” a la semana de 150 minutos a 300 minutos. No hablamos de deportes extremos, sólo de andar con ganas. Hace 3,7 millones de años, los homínidos desarrollaron la capacidad de caminar erguidos para divisar mejor a los depredadores y poder correr más rápido. Hoy, el ser humano, el de la inteligencia artificial, busca en el paseo un ecosistema saludable de calma y reflexión.

Pasear

Desplazarse

Senderos deseados, caminos alternativos

Cuentan que el francés Gaston Bachelard,,filósofo de la ciencia, la poesía y el tiempo, fallecido hace más de sesenta años, acuñó el término “senderos deseados” (chemins de désir o desire paths) para referirse a esos caminos alternativos, muchas veces atajos, que crean de forma instintiva las pisadas de los seres humanos y que no coinciden con el sendero oficial construido por urbanistas para ir de un punto a otro. Los habréis visto en muchos parques y otros espacios naturales. Son trayectos que muestran más sentido común que la pista señalada

La mayoría de estos desire paths empiezan como un caminito que apenas se aprecia y, en poco tiempo, muchas personas y animales optan por él, lo hacen más ancho, lo despejan hasta convertirlo en una alternativa más lógica, rápida o entretenida. A vista de dron, se entiende mejor el por qué de estas sendas. Lo que nos gusta de los “senderos deseados” es la capacidad del ser humano para explorar, para encontrar una vía divergente, para dejarse sorprender…

Aquí va un reto facilón. ¿Has probado a hacer el mismo camino que te lleva al trabajo, al parque, a la panadería todos los días pero mirando hacia arriba, hacia las nubes, hacia los tejados y balconadas? ¿O hacia abajo? ¿O cambiando la ruta? La primera sorpresa siempre es visual. Y la segunda, mental: aumenta la curiosidad, mejora las habilidades de orientación, potencia la memoria espacial, la capacidad de tomar decisiones… y permite descubrir.

“¿Hay algo más bello que un camino? Es el símbolo y la imagen de la vida activa y variada”

George Sand

Asombro contra la impaciencia y a favor de la ensoñación

Abducidos por la rutina y la sobrecarga informativa, muchas veces somos incapaces de abrirnos a la sorpresa. Por la ciudad, caminamos como si llevásemos anteojeras —esas persianas de ojo que les ponen a los caballos para que no vean lo que ocurre a cada lado—, pendientes del smartphone y pensando en mil cosas. Y nos hemos acostumbrado a buscar con antelación el destino y el objetivo. Vamos a tiro hecho.

Cuando estamos en la naturaleza, pasa algo similar. Antes de salir ya tenemos la ruta y el propósito: llegar hasta un punto determinado, coger setas, caminar no sé cuántos miles de pasos, despertar el apetito… La improvisación cuenta poco. El neurocientífico Beau Loto, profesor en la Universidad de Nueva York, ha demostrado que el asombro positivo estimula los circuitos cerebrales vinculados con la ensoñación y la creatividad. Lo comprobó al analizar la actividad cerebral de un grupo de personas mientras experimentaban el asombro que produce una actuación de Cirque du Soleil.

También nos ayuda a estar más preparados para lo que venga. Según el divulgador científico Darío Pescador, el asombro permite adaptarnos mejor a nuevos escenarios. Asimismo, altera nuestra percepción del tiempo, reduce la impaciencia y nos hace sentir que tenemos más tiempo disponible.

“El asombro nos conecta con los demás, nos trae al momento presente y aumenta la satisfacción con la vida”

Darío Pescador

Trabajar con las manos para vivir el presente de manera plena

Es algo parecido a lo que ocurre cuando hacemos trabajos manuales. El novelista Jesús Carrasco, autor de Elogio de las manos (Premio Biblioteca Breve 2024), lo explica muy bien en este programa de RTVE Página Dos: “Trabajar con las manos me produce un embeleso, una especie de aislamiento del mundo, pero al mismo tiempo una conexión muy fuerte con el mundo, particularmente con el tiempo presente. Lo que noto como desconexión en mi vida normal es que mi mente va de un lugar a otro y no puedo pararla, es el pensamiento quien me dirige. Sin embargo, cuando trabajo con las manos, todo desaparece y vivo el presente de una manera plena, me toma por entero la tarea, y eso atrae mucho”.

No sorprende entonces el éxito, especialmente en las grandes urbes, de los talleres de escultura, cerámica, collage o pintura, independientemente del segmento o la clase social. Sobre todo, en un contexto en el que parece todo un mundo hacer algo sin un por qué. El utilitarismo y la productividad mandan y, como plantea la escritora Karelia Vázquez en El País, el tiempo libre y las aficiones parecen alimentar la optimización. “La vida social se convierte en networking; leer, en un torbellino de post-it y subrayados que impiden disfrutar de la historia; bordar, en una terapia; cocinar, en un ejercicio estético apto para ser subido a Instagram y, ver una serie, en un ejercicio veloz de recopilación de datos”. Uf, qué cansancio.

Quizá sea el momento de hacer un tiempo muerto. Pero no para recuperar el aliento, cambiar de estrategia o aumentar la productividad. Paremos para adaptarnos a la incertidumbre. Hagamos un tiempo muerto que nos llene de vida, una pausa para sentir el silencio, para mirar con sorpresa.

Camino a Babia

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